Pierre Clastres y las sociedades ‘contra’ el Estado

Recuperamos uno de los clásicos del antropólogo francés Pierre Clastres (1934-1977), Investigaciones sobre antropología política, obra que recoge sus últimos escritos y en los que reflexiona sobre las sociedades sin estado que investigó a lo largo de su trayectoria etnográfica en América del Sur. En el prólogo a la nueva edición, el antropólogo Manuel Delgado afirma: «Frente lo que la antropología había etiquetado como sociedades carentes de algo que deberían tener y no tienen, sociedades sin Estado, Clastres las presenta como sociedades contra el Estado.»

Claudia Andujar_Catrimani 5 [1971-1972] Courtesy Galeria Vermelho

En un único volumen, Clastres ofrece un amplio recorrido por las culturas amerindias, que divide entre las sociedades de la selva, el mundo andino y el mundo tupí-guaraní, tanto desde su propia experiencia sobre el terreno como a partir de otros valiosos testimonios. Con prosa cercana a las crónicas de viaje, ritmo trepidante y abundante en anécdotas, el autor pone especial atención a tres esferas fundamentales de estas sociedades: economía, guerra y religión.

En un momento en que la diferencia entre sociedades «primitivas» y «no primitivas » estaba determinado por la presencia o ausencia de Estado, Pierre Clastres fue capaz de aportar los datos y los argumentos para poner en duda esta afirmación. Interpelando a los grandes clásicos de la filosofía política como La Boétie, Hobbes o Rousseau, el antropólogo discute la centralidad de la institución estatal para proponer, en su lugar, el concepto de poder coercitivo, mientras con sus relatos nos sitúa a orillas del Orinoco y nos invita a escuchar el canto de los chamanes.

Clastres nos dice: ni la sumisión de unos seres humanos a y por otros es un hecho universal necesario ni la obediencia es un instinto humano, como tampoco lo es el deseo de poder.

Manuel Delgado, prólogo a la nueva edición

A continuación, presentamos un extracto del primer capítulo, que lleva por título «El último círculo», publicado por primera vez en la revista Les Temps Modernes (nº 289, mayo 1971):

En América del Sur es casi unánime la opinión de que los indios son perezosos. Efectivamente, no son cristianos y no juzgan necesario ganar el pan con el sudor de su frente y, como, en términos generales, de lo que se trata es de apoderarse del de los demás, a quienes se hace transpirar, se comprende que para ellos la alegría y el trabajo sean nociones excluyentes una con respecto a la otra. Dicho esto, señalemos que entre los Yanomami todas las necesidades de la sociedad se cubren con una actividad media (para los adultos) de tres horas de trabajo por persona y día. Lizot midió esto con un rigor cronométrico. Esto no es nuevo, se sabe que es así en la mayor parte de las sociedades primitivas. En todo caso, tengámoslo presente para cuando llegue el momento de exigir la jubilación a los sesenta años. No insistamos.

Es una civilización del ocio, ya que estas gentes pasan veintiuna horas por día sin hacer nada. No se aburren. Siesta, bromas, discusiones, droga, comida, baños; así consiguen matar el tiempo. Y no hablemos del sexo. Decir que no piensan en otra cosa sería exagerado, pero que les importa, eso es indudable. ¡Ya peshi! Se oye seguido: ¡tengo ganas de hacer el amor…! Un día, en Mavaca, un hombre y una mujer luchan en la planta baja de la casa. Se oyen quejas, gritos, protestas, risas. La mujer, que parece saber lo que quiere, pasa una mano por la entrepierna del hombre y le agarra un testículo. Al menor movimiento de huida, una pequeña presión. Debe ser doloroso, pero ella no lo suelta: «¡Ella quiere copular! ¡Ella desea copular!». Y por lo que vi, finalmente logró su propósito.

Como si las relaciones entre la gente no fueran suficientes para alimentar la vida de la comunidad, los fenómenos naturales se convierten en acontecimientos sociales. Ocurre que, en cierta medida, no hay naturaleza: un desorden climático, por ejemplo, se traduce inmediatamente en términos culturales. Una tarde, entre los Karohiteri, se desencadena una tormenta precedida de violentos remolinos de viento que amenazan con llevarse los cobertizos. Rápidamente todos los chamanes (seis o siete, los grandes y los pequeños) se ponen en posición, de pie a lo largo de los tejadillos intentan parar la borrasca con grandes gritos y gestos. Lizot y yo somos conminados a dar también brazadas y voces. Porque este viento, estas ráfagas, son en realidad malos espíritus seguramente lanzados por los chamanes de un grupo enemigo.

Gritos agudos, imperativos y quejumbrosos a la vez, crecen frecuentemente por todos los costados en Mavaca. Hay, repartidas alrededor del chabuno, una veintena de mujeres. Cada una está provista de un ramo de hojas y golpea el suelo. Se diría que quieren hacer salir alguna cosa. Es precisamente eso. Un niño está gravemente enfermo y las mujeres buscan su alma que le ha dejado. La llaman para que reintegre el cuerpo y devuelva la salud al pequeño. La encuentran, y colocadas en línea, la ponen delante de sí en dirección al chabuno agitando sus ramos. No les falta gracia y fervor… Cerca de nosotros se encuentra el chamán. Espontáneamente comienza a contar en voz baja el mito que funda y explica este ritual femenino. Lizot anota furiosamente. El hombre pregunta si entre nosotros las mujeres hacen lo mismo: «Sí, pero hace mucho tiempo. Lo hemos olvidado todo». Nos sentimos pobres.


Pierre Clastres (París, 1934 — 1977) fue un eminente antropólogo y etnólogo francés. Fue director de investigaciones en el Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) de París, y miembro del Laboratoire d’Anthropologie sociale du Collège de France. Filósofo de formación, se interesó por la antropología americanista bajo la influencia de Claude Lévi-Strauss y Alfred Métraux. Realizó numerosos trabajos de campo que con el tiempo se han convertido en la piedra angular de la antropología política, entre los que destaca la Crónica de los indios guayaquis. Su obra teórica más influyente es La sociedad contra el Estado, en la que desarrolla su tesis de basada en el concepto de poder coercitivo.

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