Compartimos el prólogo de Laura Llevadot a Alain Badiou: Lo político y la política, de Jordi Riba, título que forma parte de la colección Pensamiento Político Posfundacional, dirigida por la filósofa barcelonesa.

Lo imposible, o me ahogo
Prólogo de Laura Llevadot a la obra Alain Badiou: Lo político y la política de Jordi Riba
Cuando en 1997 Alain Badiou publicó Deleuze. La clameur de l’Être, muchos de los que en ese momento nos sentíamos deleuzianos nos indignamos. Yo me indigné. Badiou, que había estado a la sombra de los grandes, ya fueran Gilles Deleuze o Michel Foucault, ahora aprovechaba la reciente muerte del filosofo de la inmanencia y la diferencia, el más anarquista y creativo de los pensadores contemporáneos, para despotricar contra su trabajo a partir de una correspondencia privada que Deleuze había prohibido expresamente que se diera a conocer, bajo ninguna circunstancia. Eran cartas que Gilles Deleuze había escrito en la precariedad de su enfermedad, pero que el ansia de Badiou de medirse con él habían propiciado. Es el propio Badiou quien lo explica en el prólogo del libro sin ocultar la satisfacción de haber sabido extraer al príncipe de filósofos su último aliento. A veces basta un gesto como éste dirigido contra lo que amamos para rechazar en su totalidad y sin más miramientos a quien lo cometió. Después de eso dejaremos de leerlo. Por otro lado, los argumentos del libro en cuestión se muestran triviales. Como si un soldado leal, anticuado y carroñero, quisiera hacer valer un concepto de verdad completamente superado por la filosofía que lo precedió y que aún lo bordeaba. En la lectura de aquel libro asistimos, por segunda vez, con una sonrisa medio irónica medio pesarosa, a la embestida de uno de esos machos-materialistas-dialécticos —habrán conocido algunos de ellos— que, desde su pasado maoísta, trotskista o leninista…, intentaron, histéricos, detener lo que consideraban puro relativismo «post» o, en palabras del propio Badiou, simplemente «materialismo democrático». La presencia corpulenta de Badiou contra las uñas inusualmente largas de Deleuze; el macho-materialista-dialéctico que sabe dónde va contra el filósofo nómada que sólo ensaya fugas singulares sin querer saber… No viene al caso aquí defender a Deleuze de la lectura insidiosa de Badiou, por otro lado, bien armado —incluso con letras proscritas—, pero que sirva esta anécdota para iluminar algo que el propio Badiou nos permite comprender: que la filosofía, como la política, está hecha de amores y de odios, y que la posición tomada sobre el lugar y la forma de pensar es el resultado de una fidelidad incondicional a lo que una vez nos robó el corazón.
Después de un tiempo, ya con las heridas cicatrizadas, pudimos volver a leer a Badiou. Badiou está en el aire del tiempo. Sus textos sobre el amor, la política, su crítica a las democracias liberales, sus sorprendentes seminarios en el Teatro de la Comuna de Aubervilliers, impregnan hoy los discursos de artistas (pensemos aquí, por ejemplo, en la obra del artista chileno Luis Guerra), comisarios, militantes, jóvenes filósofos, creadores teatrales, o personas que necesitan herramientas simplemente para pensar, o utensilios conceptuales y existenciales para enfrentar el absurdo y la banalidad que nos envuelve… A Badiou se le debe leer hoy. Defensor de la filosofía a ultranza, platónico hasta límites insospechados, Badiou cree que la tarea de la filosofía es pensar la excepcionalidad, es decir, como explica Jordi Riba en este libro asequible y solidario con su pensamiento, se trata de pensar lo que es excepción en el orden del ser; orden del que se ocupa la matemática, mientras que la filosofía está comprometida con el acontecimiento.

Pero ¿qué es un acontecimiento? Badiou [en la foto], como antes Deleuze, trata de distinguirlo de los hechos. Cuando Deleuze y Guattari escribieron el breve texto Mayo del 68 no tuvo lugar, insistieron en la idea de que aquel mayo revolucionario que aglutinaba a trabajadores y estudiantes no podía explicarse como una cadena de hechos con causas y consecuencias, como lo haría el discurso del historiador, porque el acontecimiento es aquello que ocurre en los hechos. Y lo que ocurrió, más allá de barricadas estudiantiles, enfrentamientos con policías, conjuras y posteriores traiciones, fue un fenómeno de clarividencia en el que una sociedad percibió el carácter intolerable de sus formas de vida.
Este fenómeno de clarividencia abrió un campo de posibilidades inexistentes con anterioridad, formas de vida desreguladas, luchas y alianzas impensables hasta entonces. «Lo posible, o me ahogo» fue para ellos el motor del acontecimiento que los hechos no podían sino traicionar, pero que continuarían persistiendo en cualquier lucha posterior heredada de ese momento revolucionario. La respuesta de Badiou es cercana a la de Deleuze y Guattari, pero al mismo tiempo proporciona una corrección que creo que es completamente necesaria hoy en día. Si el acontecimiento no se confunde con los hechos es porque pertenece al orden de lo imposible y lo inexistente. Un acontecimiento es lo que rompe la lógica del mundo, y es por eso por lo que es impredecible, inaudito, porque no estaba involucrado en las posibilidades existentes, por eso no es susceptible de ser explicado por medio de un análisis de causas y consecuencias. Imposible, el acontecimiento tiene lugar. Pero su tener lugar, si lo imposible se ha encarnado o no en algún momento, sólo depende de la lealtad que lo haga valer. El acontecimiento-Cézanne en el arte, el acontecimiento de la Comuna de París en la política, el acontecimiento de un encuentro amoroso, por ejemplo, sólo ocurren allí donde el acontecimiento hace aparecer unos sujetos cuya subjetividad consistirá solamente en permanecer fieles a este acontecimiento. Que el acontecimiento no sea causado por un sujeto preexistente, sino que sea su efecto; que lo que sucede en los hechos pertenezca al orden de lo imposible; que, en este sentido, la política se parezca tanto al amor, es lo que hace de la filosofía de Badiou un pensamiento posfundacional, ya que el hecho de que no haya fundamento, ni religioso, ni divino, ni natural, es lo que permite que la política, como el amor, exista como tal.
Lo contrario de esto es la prisión de los posibles —como diría Marina Garcés— en la que vivimos todos los días. Un amor posible, digamos, sería un amor de Meetic exitoso —y sobre Meetic, precisamente, Badiou ha hecho declaraciones muy sarcásticas—. La coincidencia en los perfiles, la cantidad de rasgos comunes, intereses y enfoques de vida, garantizan la formación de un nosotros que, a largo plazo, y en la medida en que un proyecto sea compartido, acabará funcionando como una pequeña empresa. Nos vamos a casar, vamos a comprar una casa, vamos a hipotecarnos, vamos a tener hijos, un perro, unos cuantos amigos con los que divertirnos, por la noche veremos series de Netflix en lugar de hacer el amor y así tendremos una vida predecible como debe ser. Todo bien blindado dentro de la esfera de lo posible que hay que realizar para ser feliz, de acuerdo con el imperativo del mercado que hemos asimilado de manera tan natural. Y una vez llegados a este punto, ¿qué vamos a hacer? ¿Tendremos amantes para poner algo de riesgo y vitalidad en el aburrimiento congénito de lo posible? ¿O seremos aún más radicales y nos enamoraremos de nuevo, romperemos la empresa y formaremos un nuevo equipo con un nuevo proyecto tan tedioso y banal como el anterior? ¿Y no valdría la pena aprender a estar solo y dejar de guiar nuestras vidas hacia la realización impuesta de los posibles? La réplica de Badiou es contundente: el amor, como la política, es imposible. Un encuentro amoroso nunca puede depender de lo que dos sujetos ya constituidos tengan en común, de eso a lo sumo saldría una pareja. El enamoramiento es una improbabilidad, hace aparecer algo impredecible que no tiene nada que ver con los sujetos que forman parte de él, más bien los abruma y los altera, los hace convertirse en algo que antes no eran. Si este encuentro imposible puede llegar a adquirir algún tipo de consistencia sólo será por la fidelidad al evento-amor, no al otro componente de la pareja, que permitirá desarrollar nuevas multiplicidades inexistentes. La decisión de prolongar un amor nunca está fundamentada, probablemente ni siquiera sea adecuada en términos de cálculo, pero el acontecimiento, si lo es, ha hecho aparecer una verdad que sólo lo será para aquellos que la reconozcan y le sean fieles, fieles a lo imposible.
Es interesante que Badiou hable de fidelidad en lugar de usar el término más común de compromiso, especialmente cuando pasamos de su reflexión sobre el amor a la de la política. El compromiso siempre lo es de un sujeto constituido hacia una posibilidad existente. La fidelidad, por el contrario, es la que crea al sujeto mediante su vínculo con la imposibilidad. La política que, como el amor, se ha convertido en las democracias representativas y liberales en la mera administración de lo necesario, mientras que los discursos de los políticos profesionales nos dicen lo que es y lo que no es posible dentro de esta gestión dominada por el mercado, sólo tiene sentido en la medida en que tiende hacia lo imposible, es decir, hacia la igualdad. El comunismo sigue siendo para Badiou el telos de toda política, la verdad presente en la revuelta de los espartanos, en la Comuna de París, en la Revolución Rusa, en las revueltas de los esclavos negros en las colonias, en mayo del 68…, a la que toda política verdadera debería permanecer fiel. La igualdad como verdad eterna, pero presente en determinados momentos de la historia en los que ha ocurrido lo imposible, seguirá siendo la exigencia. Al igual que la justicia para Derrida, imposible y nunca alcanzable en el presente, nada tendría sentido si no fuera esta la exigencia aquí y ahora que debe tensar el estado de cosas posible en el que sobrevivimos y dejamos morir, a menudo de hambre.
Por eso hoy necesitamos leer a Badiou, dejarnos introducir en su pensamiento de la mano de uno de los pocos que, como Jordi Riba, han estudiado bien su obra. De esta manera, si frecuentamos a menudo su escritura, quizá aprendamos que nos falta un poco de vergüenza, una cierta sensibilidad para captar lo intolerable que persiste en nuestro posible, una punzante sensación de asfixia. Badiou quizás pueda enseñarnos a afirmar, ante las disputas siempre prepactadas de nuestros estimados políticos, que la política no es nada si no es tan imposible como nuestros amores más intensos y arriesgados, si no es llevada en su integridad por este imperativo que invierte la fórmula deleuziana: «Lo imposible, o me ahogo».
Laura Llevadot


Laura Llevadot es profesora de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Barcelona y coordinadora del Máster en Pensamiento Contemporáneo y Tradición Clásica (UB). Fue impulsora del festival de filosofía «Barcelona Pensa». Ha sido investigadora de la Universidad de Copenhague, en la Howard and Edna Hong Kierkegaard Library (Minneapolis, EEUU), y en la Universidad de París 8. Es, también, investigadora asociada del Laboratoire d’études et de Recherches sur les Logiques Contemporaines de la Philosophie (Universidad de París 8).
Entre sus publicaciones destacan, además de varios artículos especializados sobre Kierkegaard, Deleuze y Derrida: Kierkegaard trough Derrida: Towards a Post Metaphysical Ethics (The Davies Group, 2013), La philosophie seconde de Kierkegaard (L’Harmattan, 2012), Filosofías post-metafísicas: 20 años de filosofía francesa contemporánea (UOC, 2012); Interpretando Antígona (UOC, 2015); Barcelone pense-t-elle en français? La lisibilité de la philosophie française contemporaine (Paris, 2016).
Directora de la colección Pensamiento Político Posfundacional, es autora del ensayo Jacques Derrida: Democracia y soberanía (2020), también disponible en catalán, con prólogo de Joan-Carles Mèlich.
¡Gracias por tu labor en la difusión de la filosofía, Laura!
¡Feliz Día Mundial de la Filosofía!