«En busca de una vida posfundacional»: Javier Bassas en el Aula Deleuze

El filósofo barcelonés Javier Bassas ofreció la sesión inaugural del curso 2021-22 del Aula Deleuze del Ateneu Barcelonès bajo el título «En busca de una vida posfundacional», a modo de apertura del tema al que está dedicado el Aula Deleuze de este año, concretamente el pensamiento político posfundacional. Javier Bassas es autor del ensayo Jacques Rancière. Ensayar la igualdad (Gedisa 2019), publicado primero en catalán (2018) como título con el que se inauguraba –valga la redundancia– la colección Pensament Polític Postfundacional de Gedisa, dirigida por Laura Llevadot, cuya posterior edición en castellano abría asimismo la colección Pensamiento Político Posfundacional. La ponencia de Bassas «En busca de una vida posfundacional» ofrece las claves para establecer un terreno conceptual común al hablar de lo «posfundacional», además de ser en sí misma una forma performática de lo posfundacional. A continuación, ofrecemos el vídeo original de la sesión, celebrada en catalán el pasado 20 de octubre de 2021, y el texto editado de su traducción al castellano.

La Escuela Complutense de Invierno El pensamiento político posfundacional: análisis de un nuevo paradigma filosófico tendrá lugar del 31 enero al 4 febrero 2022, 16 a 10 h. (25 h.). Se celebrará en modalidad presencial y online. [más información]

EN BUSCA DE UNA VIDA POSFUNDACIONAL
Grupo Aula Deleuze – Ateneu Barcelonès – Lección inaugural del curso 2021-2022
Xavier Bassas – bassas@ub.edu

Buenas tardes a todas y todos. Muchas gracias por invitarme a esta sesión inaugural del Aula Deleuze, en este curso 2021-2022, dedicado al pensamiento posfundacional. Agradezco especialmente la organización de Pere y, sobre todo, la confianza de Mercè Coll a quien, una vez más, me gustaría agradecerle, yo a ella, todo lo que me enseñó sobre cine italiano y cine en general, hace más de 20 años. Era una profesora muy querida por sus conocimientos y por la proximidad de la relación docente, y te seguimos recordando, cada vez que vemos una película, todas aquellas y aquellos que fuimos alumnos tuyos. Ella me abrió los ojos.

Y la única manera que tengo, más allá de unas palabras forzosamente protocolarias –aunque no menos sentidas–, la única manera que tengo de agradecer la organización y la confianza es con la implicación, en chair et en os, con toda la carne el asador, para tratar de pensar y de decir aquí lo que, con toda libertad de tema y de tono, de conceptos y de estilo, me parece importante pensar y decir… Con mi voz… [mascarilla] y con la polifonía de otras voces enmascaradas.

Y la primera cuestión que propondría para pensar y decir tiene que ver, directamente, con el título que propongo para esta lección inaugural: “En busca de una vida posfundacional”. El hecho de que diga “en busca” nos remite, inevitablemente a nosotros, occidentales blancos, a la literatura y a Marcel Proust, y sobre todo a la idea de que vamos de camino, que nos orientemos hacia algún lugar, y que este dirigirse, este orientarse y también el desorientarse es, quizá, todo lo que tenemos. Como al final de la obra magna de Proust, que se presenta como una preparación para escribir su libro sobre el tiempo, aunque finalmente la propia preparación resulta ser la obra.

Polifonía enmascarada: Cita de la última página de En busca del tiempo perdido, volumen VII, “El tiempo recobrado”, de Proust…

Si du moins il m’était laissé assez de temps pour accomplir mon œuvre, je ne manquerais pas de la marquer au sceau de ce Temps dont l’idée s’imposait à moi avec tant de force aujourd’hui, et j’y décrirais les hommes, cela dût-il les faire ressembler à des êtres monstrueux, comme occupant dans le Temps une place autrement considérable que celle si restreinte qui leur est réservée dans l’espace, une place, au contraire, prolongée sans mesure, puisqu’ils touchent simultanément, comme des géants, plongés dans les années, à des époques vécues par eux, si distantes – entre lesquelles tant de jours sont venus se placer –dans le Temps.

«Si al menos me fuera dado tiempo suficiente para completar mi trabajo, no dejaría de marcarlo con el sello de este Tiempo, cuya idea se me imponía con tanta fuerza hoy, y yo describiría a los hombres, aun semejantes a seres monstruosos, ocupando en el Tiempo un lugar más considerable que el reservado en el espacio, más restringido, un lugar, por el contrario, prolongado sin medida, ya que tocan simultáneamente, como gigantes inmersos en los años, las épocas que les son propias, tan distantes –entre las que tantos días se han sucedido– en el Tiempo.»

Quizás la vida posfundacional sea tan solo la búsqueda de una vida posfundacional: “Si al menos me fuera dado tiempo suficiente para completar mi trabajo”, dice Proust en las últimas líneas de su obra magna de siete volúmenes y miles de páginas. Quizás esta búsqueda de la vida posfundacional es, pues, todo lo que tenemos y todo lo que vamos a conseguir, simplemente porque la vida como tal, en su plenitud, no ha existido nunca ni puede existir. Lo que significa, al mismo tiempo, que la posfundacionalidad –si existe como sustantivo abstracto– debe tener lugar siempre en presente; que el decir y el pensar, quizá también el sentir al modo posfundacional, o diríamos mejor el “vivir posfundacionalmente”, tiene un componente performativo, transformador, porque solo así nos alejamos de lo programático y abrimos escenas que transforman situaciones. Todo lo posfundacional sería un verbo conjugado en presente del indicativo (realidad), del subjuntivo (voluntad) y, si existiera, del presente del imperativo (exigencia).

Polifonía enmascarada: ¿Habría que hacer un minuto de silencio por la vida plena? ¿Nos despedimos para siempre de la plenitud? …

Volveré más adelante. Porque todavía tenemos que dar un paso más, pero no un paso adelante, como suele decirse por costumbre y de manera negligente pensando que avanzamos hacia algún sitio, sino que debemos dar un paso al lado, un paso de danza, en torno al título: fijémonos que digo «en busca de una vida posfundacional» y no «en busca de un pensamiento posfundacional» o «en busca de una verdad posfundacional». Utilizo la palabra “vida”, no como concepto ni en sentido general ni en sentido deleuziano, sino como palabra del lenguaje cotidiano en expresiones como: “qué, ¿cómo va la vida?”, “qué vida me ha tocado vivir” y, al mismo tiempo, también lo utilizo como una palabra que no quiere significar nada, sino que más bien señala un desplazamiento. Diría que la filosofía puede ser la creación de conceptos, pero también es cierto que la estrategia que consiste en desplazar (desplazar algo: una noción, un argumento, una idea, un tópico, etc.) libera espacio y tiempo en los que se pueden ver, sentir, pensar, accionar otras cosas. En este caso, el desplazamiento que propongo tiene que ver con una necesidad que padezco, con una necesidad que siento imperativa para mantenerme enganchado y comprometido con el mundo: tengo que salir de la academia, de sus formatos y de sus valores, en la universidad y en otros espacios que imitan los formatos y los valores de la universidad (centros de arte y de cultura en general); es decir, debo redefinir el objetivo, el interés, la orientación de (mi) filosofía para ir hacia la vida, para arraigar el pensamiento no a la verdad, como categoría epistemológica de adecuación entre el intelecto y las cosas, sino para arraigar el pensamiento, los textos, las conferencias, los libros, las exposiciones a lo que nos pasa y a lo que no nos pasa, es decir, a todo lo que podemos ver, decir o sentir y a todo lo que no podemos ver, decir o sentir. Enraizarnos en situaciones, no a ideas; interesarnos por los hechos (por lo que hacemos y lo que no hacemos), y no por lo que consideramos correcto, válido o verdad. Como he dicho en otros textos –que son anticipaciones de lo que comparto aquí–, la verdad no es hoy, para mí, una cuestión de adecuación (intellectus ad rem), sino de salud. Opero, pues, por necesidad actual, este desplazamiento: de la verdad de la filosofía a la salud de la vida.

Polifonía enmascarada: ¿Es esto un vitalismo de poca monta? ¿Es esta propuesta una banalización de la alta filosofía, la filosofía llamada por Husserl “ciencia rigurosa”? Quizás sí, quizás depende de cómo lo argumente, de cómo lo practique; da igual, porque no estoy aquí para hacer puntos para mi currículum universitario ni para vender más libros ni para ganar reconocimiento, ni para lucir la identidad de “filósofo”, sino que estoy aquí para sobrevivir: cada vez que hablamos o escribimos, nos jugamos la salud individual y colectiva; las palabras no representan nada, sino que son, son cosas entre las cosas, como cualquier otra cosa, palabras que abren o cierran espacios y tiempos para ver, decir, sentir de una u otra manera.

Quizás por eso, por esta necesidad de desplazar mi interés de la verdad hacia la vida, me he sentido atraído por la filosofía helenística y su comprensión de la filosofía como práctica de vida (estoica, cínica, epicúrea, por decirlo rápidamente), más que por la búsqueda del ser de las cosas (el eidos, la substantia, la esencia); por eso, quizás, también siempre me he sentido atraído por la indisciplina del siglo XVIII francés, donde la filosofía se mezcla con la literatura, donde la filosofía se cuenta con la vida de personajes literarios, como Jacques Le Fataliste de Diderot, o sus cuentos filosóficos medio autobiográficos, o como Eloísa de Rousseau o su propio devenir personaje en las promenades del paseante solitario. Deleuze hablaba de los personajes filosóficos: Zarathustra y compañía… pero eso se lo dejo a vosotros, deleuzianos.

Polifonía enmascarada: Tal vez son demasiados años estudiando en la Universidad; tal vez ha sido frecuentar círculos parisinos demasiado académicos; quizás son los más de 50 libros traducidos y editados, entre los cuales muchos libros teóricos donde había –todavía lo recuerda mi miopía– más notas a pie de página que páginas; quizás la causa de este desplazamiento imperativo son los más de 10 años de enseñanza con la presión de publicar libros y artículos en editoriales y revistas de prestigio para ganar puntos, o quizás –en lo mejor de los casos– es que disfruto momentáneamente de una “intuición política”, como decía GD respecto a la función de los intelectuales, e intuyo “lo imperceptible que hay en lo visible” y, por eso, siento – con la complicidad de ciertas corrientes feministas– que debemos orientar radikalmente el pensamiento no hacia la verdad, sino hacia la salud. ¿Nos ayudará la corriente posfundacional? Veámoslo…

Demos pues otro paso al lado, un paso de rompe-danza, para ver qué nos puede aportar, cuánta salud puede aportar a nuestra vida la corriente posfundacional. Esto implica asumir otra voz, momentáneamente, la voz del análisis teórico de una obra con la finalidad quizás de cuestionarla y sacarle un zumo saludable.

Con esta otra voz, digamos entonces que el término “posfundacional” puede parecer de entrada, para cualquier conocedor, otro neologismo innecesario para designar algo que concierne a un más allá de los “fundamentos”. De hecho, se trata simplemente de la etiqueta teórica que utilizó, en 2007, un profesor de sociología de la universidad de Lucerna, Oliver Marchart, para designar un común denominador entre una serie de pensadores políticos posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Oliver Marchart incluye en esta etiqueta “posfundacional” a Jean-Luc Nancy, Claude Lefort, Alain Badiou y Ernesto Laclau. De hecho, los lee como herederos de Heidegger, pero de izquierdas: “Heideggerian Left”, dice literalmente en inglés (traducido, la Izquierda heideggeriana –¿sería un buen nombre para un partido político?). Para definir esta corriente, Oliver Marchart propone una serie de características que podríamos resumir bajo el apelativo de una “crítica a los fundamentos”.

[Lectura p. 32-33: “For what is given … within the old foundations”; ed. esp., p. 53.]

For what is given in the moment of the political is not only a crisis within a specific discourse (which leads to conceptual change only), but the encounter with the crisis or breakdown of discursive signification as such – in political terms, the encounter with society’s abyss or absent ground. And it is the realization of the groundlessness of the social as the entirety of the discursive, rather than just the realization of the groundlessness of any particular discourse, which has come to define the emerging post-foundationalist constellation. What came to be called modernity consists, to a significant degree, in the very generalization of the moment of the political as the moment of groundlessness and contingency: it is the crisis of the foundationalist horizon, which starts expanding into a new horizon right from the gaps and fissures within the old foundations.”[1]

“La crisis o ruptura de la significación discursiva como tal” (“the crisis or breakdown of discursive signification as such”): esta definición no tendría, en principio, nada de original, y podría aplicarse igualmente a la corriente más conocida de los “postestructuralistas”, es decir, aquellos pensadores que quisieron sobrepasar el paradigma científico del estructuralismo. No obstante, Marchart señala que llamarlos “postestructuralistas” es reducirlos a una simple crítica y superación del paradigma científico del estructuralismo, cuando de lo que se trata es, más bien, “de un constante cuestionamiento de las figuras metafísicas de la fundación como, por ejemplo, totalidad, universalidad, esencia y fundamento”.[2] Marchart insiste, a la vez, en que los posfundacionalistas quisieron reorientar las inclinaciones políticas de Heidegger hacia una dirección más progresista –pensemos que, en los años 50 y 60, la relación de Heidegger con el nazismo no había sido tan estudiada como ahora. De ahí el apelativo de Izquierda heideggeriana. En su libro, Marchart insiste en que “posfundacionalismo” no significa anti-fundacionalismo, pues no se trata de rechazar todo fundamento, sino de aceptar el carácter contingente de aquellos fundamentos que se querían absolutos y necesarios.

Pensar lo posfundacional querría decir, siguiendo el argumento de Marchart, aceptar la “crisis del paradigma fundacional” representado, en el ámbito de las ciencias humanas, por el determinismo económico donde las condiciones materiales reinan sobre el sentido, por el positivismo filosófico basado en la verdad como evidencia, por el sociologismo en la aprehensión de la sociedad como totalidad fundamentada, por el behaviourismo en psicología con una definición transparente de la psique, etc. Ante esta crisis, con el rechazo del paradigma fundacional, lo posfundacional se caracterizaría, en cambio, por:

1. La disolución de los marcadores de certeza.

2. La potencia de la negatividad en diversas formas y ámbitos (sobre todo, el antagonismo en política, la división, el disenso, la confrontación).

3. La imposibilidad de la totalidad, de la clausura y la identidad de ninguna entidad social.

4. La asunción de la contingencia necesaria (bello oxímoron) y la paradoja en el juego político.[3]

Cabe señalar, sin embargo, que estas características no definen sólo a los pensadores que llama Marchart (Nancy, Badiou, Lefort, Laclau), sino que, como ya mencionábamos antes, también podrían definir sin problema otros pensadores de aquellos mismos años (Foucault, Derrida, Mouffe o el propio Deleuze en algunas de las características mencionadas aquí), así como muchas y muchos otros contemporáneos (Rancière, Butler, Malabou, etc.). Cabe señalar, entonces, que la etiqueta «posfundacional» se convierte en una especie de «sinónimo parcial» –como decimos en lingüística– de la etiqueta «postestructuralista» o «postmetafísica», con el interés de que lo posfundacional quiere poner el acento no en la superación del paradigma científico de la estructura (es decir, binomios e isomorfismo), ni en la crítica al paradigma epistemológico de la metafísica (es decir, la concepción del ser como presencia), sino en el cuestionamiento de los fundamentos sociales y políticos tradicionales. Tenemos, pues, un abanico de etiquetas con el prefijo post y las diferencias entre ellas son una cuestión de acento, de ámbitos de aplicación más o menos directa. En definitiva, podemos concluir que la designación «posfundacional» apelaría, específicamente, a un pensamiento político postmetafísico y postestructuralista.

Ahora bien, Marchart inscribe a sus pensadores (Nancy, Badiou, Lefort y Laclau) en una corriente posfundacional por otra razón de peso que, a mis ojos y por el desplazamiento hacia la vida que confesaba antes, es una razón bastante problemática. Marchart afirma:

Seen from this angle, it is obvious that the distinction between politics and the political parallels what is called in philosophy the ontological difference. This allusion to the ontological difference is not accidental, for it says something about the status of those theories. What unites all theories to be investigated is that they see themselves forced to leave the comfortable realm of positivism, behaviourism, economism, and so on, and to develop a quasi-transcendental distinction, which is not perceivable from the realm of science but only from the realm of philosophy. One could say that – from the observer position of philosophy – the ontological difference plays itself out as a radical incompatibility, an unbridgeable gap between concepts like the social, politics, policy, polity, and police on the one side and the political as event or radical antagonism on the other.”[4]

Esta cita es primordial y señala lo que une, según Marchart, a las diferentes teorías postfundacionales: “…forced to… develop a quasi-trascendental distinction”. Esta distinción cuasi-trascendental es la que separa la noción de “politics” y la noción de “the political”, que se traducirían respectivamente como “la política” y “lo político” (la politique y le politique, en francés)[5]. Según Marchart, esta distinción subyace a los distintos pensadores que constataron la necesidad de ampliar el juego político más allá de “la política”, es decir, más allá de los partidos y de sus programas políticos, y más allá de las instituciones donde se toman las decisiones que afectan a la sociedad. Estos pensadores se dieron cuenta, además, de que esta acepción partidista e institucional de “la política” estaba basada tradicionalmente en unos fundamentos innegables e incuestionables, y que estos fundamentos se situaban fuera de la política y de la sociedad.[6]

Polifonía enmascarada: Completando la lectura de Marchart en este aspecto, habría que decir que estos principios incuestionables que trascienden la política y la sociedad han sido y son siempre fuente de desigualdad: fundamentar el poder político en principios incuestionables y exteriores como la naturaleza, un linaje ennoblecido, la sabiduría, la edad, la riqueza, la fortaleza física, es contrario al principio de igualdad democrática, basado en un vacío en el centro del poder.

Cuestionar estos principios innegables y externos de la política y, al mismo tiempo, darse cuenta de que el juego político va más allá de los partidos, de las decisiones programáticas y de las instituciones es lo que, precisamente, dio lugar a la distinción entre la política y lo político. El pensamiento político posfundacional es un pensamiento de la distinción entre la política y lo político. Pero, exactamente, ¿qué entiende Oliver Marchart por “lo político” y qué queremos entender nosotros?

Lo político se define, según Marchart, por al menos tres características. En primer lugar, la autonomía del ámbito político respecto al ámbito social, económico o judicial –esto es de plena actualidad: lo político no es plegarse a los imperativos económicos de las sucesivas crisis que sufrimos y encontrar, en medio del entramado, la mejor solución entre las malas; el ámbito político tampoco es judicializar los procesos políticos, ya lo sabemos–. Lo político es, en segundo lugar, lo que indica el momento de institución o de destitución de la política, asumiendo la preeminencia en la donación de sentido. Finalmente, lo político es para Marchart la racionalidad misma de la política, es decir, lo que la determina y la hace posible.[7] ¿Cuál es el problema que esta triple definición provoca? La respuesta ya se hallaba en la cita anterior. Retomemos el inicio:

Seen from this angle, it is obvious that the distinction between politics and the political parallels what is called in philosophy the ontological difference.

Para Marchart, pues, la diferencia entre la política y lo político es análoga a la diferencia ontológica entre el ente y el ser. Por eso, se establece un “unbridgeable gap” (“una brecha insalvable”), una distancia irreductible entre la política y lo político. Lo político se presenta así, según Marchart, como el ser de la política, lo que posibilita la política y, a la vez, imposibilita su validación absoluta y definitiva por cualquier principio fundamental. El vacío fundamental y desfundamentador de la política según Claude Lefort, el acontecimiento como noción central y descentradora de la política según Badiou, son afirmaciones, entre muchas otras, que se apoyan no simplemente en la diferencia entre la política y lo político, sino en la diferencia entre la política y lo político como diferencia ontológica, según la lectura de Marchart. Una diferencia “cuasi-trascendental”, como decía la última cita, porque la relación entre el ente y el ser es un vínculo disimétrico y jerarquizado, pero un vínculo a la vez necesario y paradójico, como lo es también el vínculo entre la política y lo político: lo trascendental es lo político y lo empírico es la política; lo político es, pues, lo que desfundamenta y a la vez posibilita la política, pero no puede haber lo político sin la política, de igual modo que no hay ser sin ente. Por eso es “cuasi” trascendental: tiene un vínculo necesario con lo empírico. Paul Ricoeur hacía su análisis en un artículo de referencia titulado “The Political paradox” (1965). Pero, insistimos, ¿cuál es el problema de esta comprensión de la diferencia entre la política y lo político?

El problema es que la diferencia entre la política y lo político está construida sobre la diferencia ontológica. El problema es que lo político cae del lado de la trascendencia, de la posibilidad, y no de la efectividad; el problema es que lo político se entiende así como lo que nunca se ve ni se toca, como la condición que hace posible la política y la desfundamenta, retirándose. Como el ser respecto al ente: lo posibilita por su sustracción. El problema, según esta versión ontologizante de Marchart, es entonces cuando la construcción de la diferencia entre la política y lo político a partir de la diferencia ontológica entre ente y ser provoca que esta última – la diferencia ser/ente– se erija como diferencia primera y última, desfundamentadora pero a la vez fundamental, de toda otra diferencia y de todo sentido: la comprensión del sujeto y su emancipación, la constitución o destitución de la colectividad, el ámbito social o económico, todo se remite, en el su sentido último, a otro nivel, al nivel de la posibilidad que posibilita retirándose. Y esta remisión de toda diferencia “óntica” (de la política, del sujeto, de lo social, de la economía) hacia un nivel de posibilidad transforma la diferencia ontológica en lo que llamo la indiferencia óntica. ¿Hay salud, pues, en la indiferencia óntica? ¿Es saludable el establecimiento de una diferencia primera, una disimetría y jerarquía originaria? ¿Hay salud en la ontología? Yo creo que no.

Polifonía enmascarada: Este problema que yo veo atraviesa mi recorrido de pensamiento, mi aventura intelectual: desde que empecé a leer a Heidegger y a entender la diferencia ontológica, estuve políticamente muy perdido durante años. Mi obsesión por Jacques Derrida y por Jean-Luc Marion, años más tarde, no me curó porque son ambos, a pesar de sus diferencias, herederos de Heidegger. La Izquierda heideggeriana, ese partido que deberíamos y no deberíamos fundar, no arregló las cosas en mi cabeza ni en mi empeño político con el mundo. Afirmo, una vez más ahora y desde la perspectiva de esta lectura crítica del pensamiento posfundacional, que la diferencia ontológica es dañina para el pensamiento político y, como podríamos ver también, para el pensamiento estético.

Debemos separar, en definitiva, el grano de la paja. Debemos dejar de lado la cuasi-transcendentalidad de lo político y la analogía con la diferencia ontológica, y recuperar solo lo que nos interesa del acento posfundacional que propone Oliver Marchart: la crítica a la certeza, a la clausura, a la identidad, el elogio de la negatividad, de la paradoja y de la contingencia dentro del ámbito del pensamiento político. Pero también es necesario, al mismo tiempo, que orientemos todo esto hacia la salud de la vida, que es el objetivo de mi desplazamiento: la vida definida como lo que puedo y no puedo ver, decir, hacer, sentir, y que es saludable individual y colectivamente. Ahora bien, no se trata de preguntarse cómo debemos pensar el sujeto, el lenguaje, el trabajo, los afectos, la estética, sino que, más bien, cabe preguntarse y poner en práctica cómo vivir el sujeto, cómo vivir el lenguaje, el trabajo, los afectos, la estética. Hacia esto se orienta la verdad del pensamiento reconvertida en la salud de la vida: reconducir las preguntas sobre el eidos (con sus limitaciones disciplinarias) hacia una práctica de vida.

Una relectura en clave vital del pensamiento posfundacional: esto es lo que propongo, en pocas palabras. Una relectura en clave vital de lo posfundacional que nos inscribiría en otra narrativa de la historia de la filosofía occidental, en la que no podemos entrar aquí en detalle, pero que pondría el foco en otros autores y textos excluidos del canon, así como también iluminaría otros sentidos de los textos canónicos. Esta “otra historia de la filosofía” privilegiaría, por ejemplo, la forma en que se construyen escenas de lectura de textos y de diálogos en Platón, más que lo que se dice; esta otra historia de la filosofía con la que nos engranamos se articularía con el Helenismo que mencionaba al empezar, más que con las reflexiones sobre la metafísica de Aristóteles; se focalizaría en la vida de los primeros eremitas cristianos, más que en las reflexiones de San Agustín; se interesaría por la vida misma de San Agustín, más que sus teorías inspiradas sobre el alma o el tiempo; sería una historia de la filosofía que aprendería de la vida de los místicos y de las beguinas, y no tanto de las disquisiciones de Santo Tomás; que pondría de relieve el carácter performático del cogito cartesiano por encima de su constitución como origen absoluto de la verdad; y así hasta llegar a donde estamos… pero, preguntémonos: ¿cuándo perdimos el sentido del pensamiento orientado hacia la vida? ¿Por qué desvinculamos la teoría de la práctica? ¿Qué necesidad humana había para encontrar el ser de las cosas más que la salud de la vida?

Y entonces, nos preguntamos: ¿cómo poner en práctica el sujeto, el lenguaje, el trabajo, los afectos, la estética de forma posfundacional? ¿Cómo pensar y practicar «posfundacionalmente» (un neologismo adverbial) todo esto, es decir, desde lo político y desde su crítica a los fundamentos absolutos y necesarios, a la totalidad, la universalidad, la esencia y la certeza? Desarrollar todos estos aspectos supondría dar otra conferencia inaugural, o un curso entero. Es quizá el curso que tienen programado aquí en el Aula Deleuze. Voy llegando al final y acabaré compartiendo dos invitaciones.

La primera invitación tiene que ver directamente con la búsqueda de una vida posfundacional. Vuelvo, pues, al principio. Vuelvo a otra voz menos teórica y más nerviosa, más arraigada en una práctica de vida. Vivir nuestra subjetividad, el lenguaje, el trabajo, los afectos o la estética posfundacionalmente podría querer decir muchas cosas, pero quiero dar un paso más, un paso de danza, y forzarme a esbozar lo que quiere decir, ahora y para mí, todo esto.

Esquemáticamente, diríamos que vivir nuestra subjetividad de forma posfundacional querría decir tender hacia la indiferencia respecto al poder bajo todas sus formas (reconocimiento y visibilidad de mis determinaciones, de mis predicados) y asumir nuestra indeterminación identitaria. Performar nuestra indeterminación subjetiva en todo momento y contaminar nuestra identidad en todas aquellas situaciones sociales en las que nos piden ser alguien. Por ejemplo, hoy y aquí. ¿A quién se ha invitado? ¿A un amigo de Mercè Coll? ¿A alguien que habla con muchas voces prestadas? A un indisciplinado que no dice ninguna verdad y que nunca es, sino que siempre es-como (como eso, como lo otro, siempre con identidades contingentes). Esto sería, creo, una práctica del sujeto posfundacional.

Polifonía emmascarada: “La vie est vide”, decía Antonin Artaud. I Proust: “Je pourrais, bien que l’erreur soit plus grave, continuer, comme on fait, à mettre des traits dans le visage d’une passante, alors qu’à la place du nez, des joues et du menton, il ne devrait y avoir qu’un espace vide sur lequel jouerait tout au plus le reflet de nos désirs. Et même, si je n’avais pas le loisir de préparer, chose déjà bien plus importante, les cent masques qu’il convient d’attacher à un même visage, ne fût-ce que selon les yeux qui le voient et le sens où ils en lisent les traits et, pour les mêmes yeux, selon l’espérance ou la crainte, ou au contraire l’amour et l’habitude qui cachent pendant tant d’années les changements de l’âge…”

¿Y qué sería una práctica del lenguaje posfundacional? Las palabras son cosas entre las cosas, no representan cosas, sino que determinan lo que se puede decir y lo que no se puede decir, establece fronteras de visibilidad, de movilidad, de sentimientos. El lenguaje no es un vehículo, sino que es, de hecho, la partición de lo sensible, como diría Jacques Rancière. Por eso, una práctica posfundacional del lenguaje querría decir, tal vez, saber utilizar las palabras de tal modo que ayuden a la disolución del sujeto identitario (individual y colectivo), y tiendan hacia la indeterminación: “cada vez que hablemos, ya hemos tomado partido por una u otra cosa: o mi lenguaje tiende a la determinación de los sujetos (individuales y/o colectivos) o mi lenguaje tiende a la indeterminación de estos mismos sujetos”. No hay más. Pensémoslo cada vez que hablemos. Evidentemente, como ya sabéis más que yo algunos asistentes de la sala, la práctica ensayística, por ejemplo, tiende a la disolución del sujeto, a la disolución de fronteras de géneros y disciplinas determinadas, cuestiona la universalidad y se compone de mil voces en un plan de igualdad.

¿Y qué significa trabajar posfundacionalmente? Supongo que muchas cosas, especialmente el rechazo a trabajar en cualquier cosa que no sirva para deconstruir la determinación como fundamento naturalizado de los sujetos individuales y colectivos, es decir, de las personas y las instituciones. Ahora bien, en caso de necesidad y de aceptación imperativa de un trabajo anti-indeterminante, es necesario trabajar lo menos posible para hacer creer que trabajas y para que no te echen.

¿Y qué serían unos afectos posfundacionales? Eso no lo sé, la verdad… Si tenéis propuestas, me encantaría escucharlas. No obstante, me temo que tendríamos que partir de nuestra incapacidad radical de amar a personas o entidades (instituciones, equipos, naciones, países, etc.) y, a partir de esta asunción, derivar todos los afectos. Sin embargo, esto no lo tengo demasiado experimentado…

Y, por último, ¿qué querrá decir una estética posfundacional? Una estética posfundacional tendría que ver con una relectura del arte y la literatura como proyecto de la Modernidad. Nos encontraríamos, entonces, no con la tendencia hacia la pureza de cada disciplina determinada, como quisiera Greenberg, sino con la disolución de las fronteras entre arte y no-arte. ¿Qué son, por dar un ejemplo, los movimientos de vanguardia[8]? ¿Son cuatro alocados que pasan por ser la élite y la líder cultural de una sociedad o, más bien, son cuatro alocados que llevan hasta las últimas consecuencias la disolución del arte en la vida cotidiana? Pensamos en Rimbaud, en las vanguardias históricas, en los Situacionistas, etc. Así se entiende mejor: tal y como lo político es la ampliación del ámbito político, la estética posfundacional es la desfundamentación del arte y, por tanto, la ampliación del ámbito artístico en la vida.

Para concluir sin concluir: la segunda invitación que mencionaba para terminar tiene que ver con esta misma lección inaugural. Lección que, como habréis visto, de lección no tiene nada. Y respecto a “inaugural”, lo único que querría decir sería, precisamente, que esta inauguración no inaugurara nada, que no marcase ningún inicio de nada, ni de forma necesaria ni siquiera de forma contingente; una lección inaugural que fuese indeterminada e indeterminante, dejando el curso abierto, desfundamentado, sin origen ni orientación, un curso en vilo; una lección inaugural, pues, como una lección espectral que ha tenido lugar y no…

Javier Bassas, filósofo, traductor y editor.


[1] Oliver Marchart, Post-foundational Political Thought. Political Difference in Nancy, Lefort, Badiou, Laclau, Edinburgh University Press, Edimburg, 2007, p. 32-33.

[2] Ibidem, p. 2.

[3] Ibidem, p. 5.

[4] Ibidem, p. 6. (ed. esp., p. 20)

[5] En otros contextos –ver el curso sobre lo político en el Institut d’Humanitats de Barcelona–, ya hemos precisado que una genealogía de “lo político” tendría que empezar en Carl Schmitt y seguir, como mínimo, con Chantal Mouffe. Pero, como se verá más adelante, el antagonismo no es tanto nuestro camino para interpretar “lo político” sino que más bien nos movemos en el ámbito de lo político siguiendo la herencia de los conceptos de biopolítica, la partición de lo sensible, el pensamiento feminista y la concepción de lo personal como político (Carol Hanisch), etc.

[6] Ibidem, p. 11.

[7] Ibidem, p. 48.

[8] Definición de ‘vanguardia’ en el Diccionari de l’Enciclopèdia Catalana: “(fig) En un movimiento, grupos de los precursores o de los que sostienen la tendencia más avanzada. Literatura de vanguardia.”


Xavier Bassas trabaja como profesor de estudios franceses en la Universidad de Barcelona (donde ha conocido la precariedad y la pobreza de tiempo), también como traductor del pensamiento francés (precariedad de euros por página traducida, pero con maravillosas ediciones) y es filósofo de vocación (más cercano a los filósofos del s.XVIII que a la filosofía académica actual).

Junto a sus numerosas traducciones y ediciones, ha publicado recientemente un diálogo con Jacques Rancière titulado El litigio de las palabras. Diálogo sobre la política del lenguaje (NED, 2019) y Pandémik. Perspectivas posfundacionales sobre contagio, virus y confinamiento (NED, 2021). Impulsor del Instituto del Tiempo Suspendido.

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