Con motivo del 165 aniversario de nacimiento del padre del psicoanálisis, el neurólogo austriaco Sigmund Freud, cuya teorización del inconsciente revolucionó la forma de entender el ser humano, las relaciones y las construcciones sociales, compartimos una reseña de la obra Sigmund Freud. Partes de guerra. El psicoanálisis y sus pasiones, del historiador y filósofo de la ciencia John Forrester, que se acaba de reeditar. En este conjunto de ensayos, Forrester se centra en la vida y obra Freud, en aspectos de su práctica clínica y de sus relaciones personales, para aportar nuevas luces sobre las llamadas «batallas freudianas» entre los defensores y detractores de sus teorías. Álvaro Daniel Reyes Gómez, de la Universidad Nacional de Colombia, publicó esta reseña en la revista «Desde el jardín de Freud».
Reseña bibliográfica El psicoanálisis y sus pasiones, de John Forrester
Álvaro Daniel Reyes Gómez
Desde el Jardín de Freud [n.° 10, Enero – Diciembre 2010, Bogotá]
Al publicar un texto se ponen siempre en juego aspectos relacionados con la separación y la pérdida; en esa medida, un libro no solo cuenta como una producción más, sino que también hay partes por ser ingresadas en los cálculos de aquello dejado por fuera. Ahora bien, si antes de ir al papel no se gobiernan completamente las letras, tampoco al ser lanzadas a los lectores, quienes, al recibirlas, actúan como depositarios de una especie de patente de corzo o libertad de abordaje. Así las cosas, cuando la organización del texto facilita aún más esa emancipación lectora habrá que proceder en consonancia. Eso ocurre justamente con esta elaboración de Forrester, armada de un modo tal que se puede navegar empezando por cualquiera de sus seis capítulos, independientes unos de otros en cuanto a contenido. En la parte de “Reconocimientos” (ubicada al final del escrito) encontramos trazas explicativas con relación a la armazón de este libro. Allí dice que esas secciones fueron originalmente encargos, invitaciones o conferencias hechas o pronunciadas en la década de los noventa, siendo su posterior edición la que ha llevado tales pedidos a otras aguas y mares.
Difícilmente se puede hallar en la armazón textual producida de ese modo una única idea o tesis. A cambio de ello, las piezas del libro trabajan temáticas prestas a soltar las amarras del interés de la pluralidad de lectores a que podrían llegar. Así, habrá quienes opten por alistarse en el apartado “Lectores de sueños”; otros serán convocados a asociarse por el asunto de “Justicia, envidia y psicoanálisis”; mezclar amistad, amor y análisis, considerando que estas relaciones se basan en decir siempre la verdad según la idea ferencziana, seducirá a muchos en el capítulo denominado “Víctimas de la verdad”. Por su lado, la sección “Los partes de guerra de las batallas de Freud” atraerá a quienes apuntan a las discusiones de eficacia y cientificidad en las que se envuelve al psicoanálisis; mientras que “Todo un clima de opinión” moverá lectores al destacar la presencia freudiana en prácticamente todos los ámbitos de la cultura popular y erudita del siglo XX y en el que nos encontramos ahora. En fin, pudiera ser que no faltare quien lea comenzando por las últimas páginas, para tropezarse con que el “Epílogo” es una ficticia entrevista post mórtem hecha al maestro vienés. Por nuestra parte, hicimos una lectura siguiendo el orden de los capítulos del libro, pero ahora, al pasarnos a las grafías de esta recensión, nos confesamos devotos del tercer aparte, cuyo título es “Coleccionista, naturalista, surrealista”. Hagamos, pues, comentarios desde allí apelando al usufructo de la patente de corzo propia de cada lector.
Si partimos de la idea corriente según la cual Freud coleccionaba solo estatuillas antiguas, ya en las primeras líneas estaremos impugnando esa concepción y tentados a agregar objetos al repertorio. Así, como efecto de la atractiva y convincente presentación, entendemos que a esas figuras les precedió la pesquisa de casos, recogidos desde la década de 1890, y le siguieron las selecciones de sueños e “historias judías de profundo sentido”. Una serie más —acaso excéntrica en su momento— sería la minuciosa clasificación de lapsus, errores de lectura, equivocaciones, extravíos de bártulos, erratas, incorrecciones y chistes. De tal manera que tendríamos por lo menos cuatro admirables recopilaciones atadas al surgir, al devenir y a una estética-política del psicoanálisis, tal como se lo trata en el texto que nos ocupa. Señalar que todo esto es posible gracias al singular modo en que Freud procede desde y con estos objetos es una idea bien expuesta al revelarnos un Freud colector que hace entrar estas “cosas” en circuitos de intercambio, cesión y pérdida; usándolas, además, de un modo que no es ni privado ni enteramente público. Acaso en esta parte, y en otras de los capítulos, lectores prestos a formulaciones lacanianas hagan eco de sus conceptos o extrañen conexiones con su pensamiento, pero solo encontrarán referencias a lo imaginario y una alusión al Deseo, ya que el horizonte de mirada de este libro es Freud visto en perspectivas tales que sería factible, por ejemplo, ubicarlo en la historia del pensamiento como un “[…] coleccionista de pedos y muecas, un arqueólogo de la basura avant la lettre, así como un coleccionista de los marchitos pero preciosos desechos de la civilización occidental”.
Ese mismo capítulo subraya un carácter estético de la política psicoanalítica y sostiene la hipótesis de que la creación de los “objetos mentales” freudianos, las formaciones del inconsciente, se basa en el “principio vienés del Gschnas”. De esta forma, la manera de proceder psíquica sería afín con tal creación carnavalesca en la que se usan materiales cotidianos, triviales, inútiles o muy preciados para confeccionar piezas de rara apariencia y carácter cómico. Así, en lugar de invocar explicaciones basadas en transformaciones lenguajeras, se podría atar la manera modernista de creación artística con la invención freudiana, agregando el hecho de que ese modo de proceder haría además ingresar esas creaciones al mundo de la ciencia moderna. Todo ello sería especialmente evidente en la Traumdeutung, de tal forma que:
[…] el intérprete de sueños, el celebrante del principio de
las Gschnas, nunca hubiera soñado con añadir un Picabia
o un Duchamp a su colección de antigüedades. En lo que
superó a todo lo que más tarde lograrían Duchamp o los
dadaístas fue en la conversión de sus colecciones de sueños,
chistes y actos fallidos en el material serio de la ciencia.
Cada sueño, cada acto fallido, cada chiste, cada pedo es
un orinal que los mecanismos inconscientes transforman
en un santo grial digno de incluirse en cualquier museo de
la ciencia moderna.